jueves, 13 de octubre de 2011

La fencundación in vitro

El hombre ha conseguido avanzar tanto en su conocimiento de la vida que ya es posible pedir niños a la carta. Sin inconvenientes genéticos y acordes a la familia receptiva. Se trata de la fecundación in vitro, un costoso método conceptivo que permite la paternidad a las cada vez más numerosas parejas con problemas para tener hijos. Sin embargo, este modelo también tienen sus detractores ya que en muchos casos conlleva la pérdida de embriones fecundados.

jueves, 5 de mayo de 2011

La verdad os hará libres


Por Ignacio Laclériga

Ante los desajustes de la realidad de una sociedad marcada por la hipocresía y la sin razón, solo queda un camino. Hay que recordar las palabras de Juan, el evangelista, la verdad os hará libres. Y he aquí el problema: ¿Cuál es la verdad? ¿Quién dice la verdad? La academia de este país ha permanecido silenciosa, encerrada en el conformismo tolerante de una sociedad conservadora.

La verdad, a falta de estudiosos que la analicen y propongan cambios, ha quedado en manos de falsos profetas y vende patrias. Amigos de la palabra fácil y el consuelo milagrero. Mientras, el científico universitario, el pensador humanista, divagaba sobre la esencia del ser y el devenir relativista. Un caldo de cultivo perfecto para charlatanes que por un par de monedas prometían, sino la redención en este mundo, en el siguiente.

Mentiras piadosas y complacientes permitidas por un intelecto social incapaz de levantar su voz ante los gritos de energúmenos con una biblia en la mano y la bandera en la otra. Intelectuales de salón complacientes con el discurso de morales retrogradas y patrioteras. Porque el intelecto ha de ser comprensivo y permisivo con el pensamiento ajeno. Pero hay límites para la tolerancia. Y el límite es la defensa de la verdad ante los engaños de esta demagogia conservadora.

La verdad es sólo una y sólo el camino de la ciencia, de la comprensión racional y discursiva de nuestro mundo nos permite entenderla. Existe una discusión sobre esa verdad, pero basada en la investigación fundamentada de estudios. La verdad no soluciona la realidad a base de milagros o efervescencia nacionalista, sino de un estudio detallado y minucioso de la conflictividad existente. No hay fórmulas misteriosas, solo un constante empeño en entender nuestras circunstancias de la mejor manera para actuar sobre ellas.

El humanista, el científico de la palabra, el comunicador universitario, necesita salir de su comodidad silenciosa y gritar la verdad. Una verdad que no puede ser tolerante con mentiras que roban el poco fruto del trabajo de la gente honrada. La espiritualidad es una de las facetas más importantes de la naturaleza humana, pero nada tiene que ver con las tareas que el hombre desempeña para llevar adelante una sociedad. Ahí, es el conocimiento profundo y científico el que propone las soluciones a los problemas.

Sí, la Política. La Política con mayúsculas. La Política manejada por administradores preparados en el conocimiento de la vida pública. Observados por el ojo siempre atento de la opinión ciudadana. Guiados por la labor minuciosa de los profesionales de la comunicación. Cuya ética y apego a la verdad debe comenzar desde la enseñanza universitaria. Desde el correcto desempeño del formador intelectual, que tiene esa gran responsabilidad de trabajar en el esclarecimiento de la verdad. La única e indiscutible verdad que libera.

Esa verdad está oculta bajo la capa de la mediocridad complaciente de la que somos responsables. Una mediocridad marcada por la falta de exigencia en el entorno en que nos movemos. Un medio ambiente complicado que exige paciencia y constancia. Bajo ninguna circunstancia hay excusas para rendirse. La crítica constante no ejerce influencia sino viene acompañada del trabajo propositivo. Gracias al hombre, hay personas suficientes en el desempeño de la ingente tarea de mantenerse firmes ante el embate de tanta mediocridad.


miércoles, 13 de abril de 2011

Mea culpa


Tiempos turbulentos.

Por Ignacio Laclériga

El mundo está en una constante crisis. No recuerdo época de mi vida en que el atemorizante efecto de la crisis no afectara nuestras vidas. En los años 70, los países árabes atormentaban al mundo con una presión petrolera como nunca antes se hubiera visto. Los lujosos ochenta también fueron los años del desempleo y la agudización de la brecha económica entre los países de un hemisferio y otro. Los noventa estuvieron marcados por la fragilidad del nuevo equilibrio mundial y las guerras en los países bálticos y el oriente medio. La entrada al siglo veintiuno fue explosiva debido al atentado del 11 de septiembre en Nueva York y el incremento del terrorismo internacional.

Ahora, el comienzo de la segunda década del milenio viene precedida por una fuerte crisis económica, que nos plantearon como la más terrible desde el crack de la bolsa estadounidense en 1929 y la posterior recesión económica de los años 30. No era aquella tampoco una crisis nueva. Venía precedida por las primeras grandes crisis del capitalismo económico, a finales del siglo XIX y principios del XX. Un fenómeno cíclico que el sistema lleva implícito en sí mismo. El crecimiento acelerado necesita de frenos que mantengan una mano de obra accesible. Una gran masa de personas sin empleo poco exigentes al momento de ser contratados. Así, el sistema vuelve a generar más ganancias y el ritmo de crecimiento se perpetúa.

En aquellos tiempos, la recesión implicó la agudización de las ideologías políticas, la radicalización de los gobiernos, la aparición de los sistemas dictatoriales y la desaparición de los derechos de los ciudadanos. Hoy, aunque no creamos en la repetición de la historia, los derroteros que están tomando los hechos parecen similares. Las ideologías se están radicalizando, véase el caso de la aparición del socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez en Venezuela y el modelo colombiano de Álvaro Uribe como oposición. Las críticas contra el sistema democrático se están incrementando y ya son muchos los que ven con nostalgia los tiempos de orden e imposición de fuerza.

Umberto Eco vaticinó el retorno de la Edad Media y cada vez estamos más cerca de ella. Los capos del narco, como Juan Alberto Ortiz, alias "Chamalé" y "Hermano Juan", detenido recientemente, cuentan con su propio corrido evangélico. Son venerados por la población y se les cree ungidos por la gracia de Dios. Esto no es una exageración. Ante la situación de temor a la violencia generalizado, la falta de protección del Estado y la desconfianza en las fuerzas del orden público, el capo del narco se ha convertido en el mejor protector del pueblo. La unión de este componente delincuencial con características de orden mesiánicas, debido a la proliferación de todo tipo las iglesias cristianas, hacen un coctel muy parecido al del señor feudal de la edad media.

Ojala el mundo tendiera a cambiar hacia mejor, pero no siempre es así. Aunque las crisis tengan componentes cíclicos que las hagan repetirse eventualmente. El momento actual tiene graves indicios de una marcha atrás en los avances producidos en los derechos de los ciudadanos durante los últimos cien años. La trivialización del mundo de la política, ridiculizado y banalizado hasta la saciedad, ha dejado en manos de los más inescrupulosos ciudadanos los rumbos de las naciones. Las libertades y logros sociales obtenidos están en grave peligro. No es solo una amenaza, es una llamada de atención a los ciudadanos e intelectuales que viven en la comodidad del letargo democrático.

Mea culpa


El ninguneo político

Por Ignacio Laclériga.

El filósofo francés Gustave Thibon reflexionó sobre la muerte de las ideologías, tal y como se plantearon en el siglo pasado. Alejarnos de la ciencia de la política, de los temibles comunistas guerrilleros y los conservadores adinerados, protegidos ocasionalmente por el leal ejército, ha tenido consecuencias. La mayoría de los partidos parecen pertenecer al espectro del centro derecha, en el que no se es malo ni bueno, ni poco ni mucho, ni rebelde ni vendido. O sea, que no se es nada. Como una sociedad que tampoco es nada. Apolítica, asocial, anodina. Carente de un espíritu de respuesta ante las demandas organizativas que necesita el Estado. Es mejor no oír, no pensar, no decir. Como los tres monos sabios de la cultura japonesa. Sabiduría de la inoperancia y la contemplación, de un conformismo esclavizante.

El comunismo promete un paraíso de igualdad donde todos compartimos y nadie está por encima del otro. Las graves diferencias marcadas entre el pueblo y los líderes de politburó soviético, máximo órgano del poder en la Rusia comunista, dejaron patente la inoperancia de este pensamiento en su práctica real. Ni que decir de la aplicación de una de las dictaduras políticas más crueles de la historia, la de Yosef Stalin.

Por su parte, las democracias de libre mercado prometen una autorregulación ejercida por una mano invisible, en un país utópico que nunca llega a realizarse. Nunca es el mercado lo suficientemente libre, ni el Estado lo suficientemente pequeño, para que la dichosa manita consiga amortiguar las desigualdades, cada vez más radicales e injustas. Vivimos en un mundo en el que por jugar bien a la pelota o cantar lindo puedes ganar fortunas incalculables, mientras las condiciones de vida de la gran mayoría de los habitantes del planeta son precarias.

La apatía política fue bien recibida después de una larga guerra marcada por las contradicciones ideológicas. La elección ideológica del votante, y no de los políticos, que simplemente se mueven por lógica comercial, está a la derecha, para no tener problemas, pero en el centro, para no ser del todo malo. Un lugar cómodo, pero inoperante, porque no cambia nada, no puede cambiar nada. Es incapaz de actuar, para no ser demasiado de derechas o pasarse sin querer al centro izquierda.

Sin ideologías a las que aferrarse el ciudadano común busco amparo en otros lados. Uno de estos, las iglesias, de ahí la proliferación de todo tipo de credos. Desde los que creen que Cristo está por venir, hasta los que, como los Raelianos, creen que fue un extraterrestre. La tolerancia y la necesidad de amparo vieron en las iglesias un mejor refugio que los antiguos partidos políticos. Por lo menos, eran más seguros para la débil estabilidad social del país.

Cuando el famoso e inoperante centro derecha hace aguas, los partidos unen su falta de ideología política a la sensibilidad religiosa para conseguir adeptos. El populismo con carga religiosa ha calado ya en otros países como Nicaragua. Allí, Daniel Ortega consiguió reconvertir el socialismo revolucionario con una fuerte dosis de dogmatismo religioso. Sin poder establecer una crítica clara al respecto, ya que se trata de la decisión soberana de las urnas, el dramático peligro de una demagogia incontrolada está a la vuelta de la esquina.