miércoles, 13 de abril de 2011

Mea culpa


El ninguneo político

Por Ignacio Laclériga.

El filósofo francés Gustave Thibon reflexionó sobre la muerte de las ideologías, tal y como se plantearon en el siglo pasado. Alejarnos de la ciencia de la política, de los temibles comunistas guerrilleros y los conservadores adinerados, protegidos ocasionalmente por el leal ejército, ha tenido consecuencias. La mayoría de los partidos parecen pertenecer al espectro del centro derecha, en el que no se es malo ni bueno, ni poco ni mucho, ni rebelde ni vendido. O sea, que no se es nada. Como una sociedad que tampoco es nada. Apolítica, asocial, anodina. Carente de un espíritu de respuesta ante las demandas organizativas que necesita el Estado. Es mejor no oír, no pensar, no decir. Como los tres monos sabios de la cultura japonesa. Sabiduría de la inoperancia y la contemplación, de un conformismo esclavizante.

El comunismo promete un paraíso de igualdad donde todos compartimos y nadie está por encima del otro. Las graves diferencias marcadas entre el pueblo y los líderes de politburó soviético, máximo órgano del poder en la Rusia comunista, dejaron patente la inoperancia de este pensamiento en su práctica real. Ni que decir de la aplicación de una de las dictaduras políticas más crueles de la historia, la de Yosef Stalin.

Por su parte, las democracias de libre mercado prometen una autorregulación ejercida por una mano invisible, en un país utópico que nunca llega a realizarse. Nunca es el mercado lo suficientemente libre, ni el Estado lo suficientemente pequeño, para que la dichosa manita consiga amortiguar las desigualdades, cada vez más radicales e injustas. Vivimos en un mundo en el que por jugar bien a la pelota o cantar lindo puedes ganar fortunas incalculables, mientras las condiciones de vida de la gran mayoría de los habitantes del planeta son precarias.

La apatía política fue bien recibida después de una larga guerra marcada por las contradicciones ideológicas. La elección ideológica del votante, y no de los políticos, que simplemente se mueven por lógica comercial, está a la derecha, para no tener problemas, pero en el centro, para no ser del todo malo. Un lugar cómodo, pero inoperante, porque no cambia nada, no puede cambiar nada. Es incapaz de actuar, para no ser demasiado de derechas o pasarse sin querer al centro izquierda.

Sin ideologías a las que aferrarse el ciudadano común busco amparo en otros lados. Uno de estos, las iglesias, de ahí la proliferación de todo tipo de credos. Desde los que creen que Cristo está por venir, hasta los que, como los Raelianos, creen que fue un extraterrestre. La tolerancia y la necesidad de amparo vieron en las iglesias un mejor refugio que los antiguos partidos políticos. Por lo menos, eran más seguros para la débil estabilidad social del país.

Cuando el famoso e inoperante centro derecha hace aguas, los partidos unen su falta de ideología política a la sensibilidad religiosa para conseguir adeptos. El populismo con carga religiosa ha calado ya en otros países como Nicaragua. Allí, Daniel Ortega consiguió reconvertir el socialismo revolucionario con una fuerte dosis de dogmatismo religioso. Sin poder establecer una crítica clara al respecto, ya que se trata de la decisión soberana de las urnas, el dramático peligro de una demagogia incontrolada está a la vuelta de la esquina.

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