miércoles, 13 de abril de 2011

Mea culpa


Tiempos turbulentos.

Por Ignacio Laclériga

El mundo está en una constante crisis. No recuerdo época de mi vida en que el atemorizante efecto de la crisis no afectara nuestras vidas. En los años 70, los países árabes atormentaban al mundo con una presión petrolera como nunca antes se hubiera visto. Los lujosos ochenta también fueron los años del desempleo y la agudización de la brecha económica entre los países de un hemisferio y otro. Los noventa estuvieron marcados por la fragilidad del nuevo equilibrio mundial y las guerras en los países bálticos y el oriente medio. La entrada al siglo veintiuno fue explosiva debido al atentado del 11 de septiembre en Nueva York y el incremento del terrorismo internacional.

Ahora, el comienzo de la segunda década del milenio viene precedida por una fuerte crisis económica, que nos plantearon como la más terrible desde el crack de la bolsa estadounidense en 1929 y la posterior recesión económica de los años 30. No era aquella tampoco una crisis nueva. Venía precedida por las primeras grandes crisis del capitalismo económico, a finales del siglo XIX y principios del XX. Un fenómeno cíclico que el sistema lleva implícito en sí mismo. El crecimiento acelerado necesita de frenos que mantengan una mano de obra accesible. Una gran masa de personas sin empleo poco exigentes al momento de ser contratados. Así, el sistema vuelve a generar más ganancias y el ritmo de crecimiento se perpetúa.

En aquellos tiempos, la recesión implicó la agudización de las ideologías políticas, la radicalización de los gobiernos, la aparición de los sistemas dictatoriales y la desaparición de los derechos de los ciudadanos. Hoy, aunque no creamos en la repetición de la historia, los derroteros que están tomando los hechos parecen similares. Las ideologías se están radicalizando, véase el caso de la aparición del socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez en Venezuela y el modelo colombiano de Álvaro Uribe como oposición. Las críticas contra el sistema democrático se están incrementando y ya son muchos los que ven con nostalgia los tiempos de orden e imposición de fuerza.

Umberto Eco vaticinó el retorno de la Edad Media y cada vez estamos más cerca de ella. Los capos del narco, como Juan Alberto Ortiz, alias "Chamalé" y "Hermano Juan", detenido recientemente, cuentan con su propio corrido evangélico. Son venerados por la población y se les cree ungidos por la gracia de Dios. Esto no es una exageración. Ante la situación de temor a la violencia generalizado, la falta de protección del Estado y la desconfianza en las fuerzas del orden público, el capo del narco se ha convertido en el mejor protector del pueblo. La unión de este componente delincuencial con características de orden mesiánicas, debido a la proliferación de todo tipo las iglesias cristianas, hacen un coctel muy parecido al del señor feudal de la edad media.

Ojala el mundo tendiera a cambiar hacia mejor, pero no siempre es así. Aunque las crisis tengan componentes cíclicos que las hagan repetirse eventualmente. El momento actual tiene graves indicios de una marcha atrás en los avances producidos en los derechos de los ciudadanos durante los últimos cien años. La trivialización del mundo de la política, ridiculizado y banalizado hasta la saciedad, ha dejado en manos de los más inescrupulosos ciudadanos los rumbos de las naciones. Las libertades y logros sociales obtenidos están en grave peligro. No es solo una amenaza, es una llamada de atención a los ciudadanos e intelectuales que viven en la comodidad del letargo democrático.

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